{{"Ahi va uno de los prototipos de Dios. Un mutante ni siquiera reconocido por la producción en masa. Raro para vivir y escaso para morir."}}
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02 septiembre, 2012

Hace cincuenta años, Ray Badbury se daba cuenta de la superficialidad a la que estábamos yendo.

¿Cuándo comenzó todo esto, te preguntas, éste trabajo, cómo se organizó, cuándo, dónde? (...) En verdad no progresamos hasta que no apareció la fotografía. Luego las películas cinematográficas, a principios del siglo veinte. La radio. La televisión. Las cosas comenzaron a ser masa. Y como eran masa, se hicieron más simples. En otro tiempo los libros atraían la atención de unos pocos, aquí, allá, en todas partes. Podían ser distintos. Había espacio en el mundo. Pero luego el mundo se llenó de ojos, y codos, y bocas. Doble, triple, cuádruple población. Películas y radios, revistas, libros descendieron hasta convertirse en una pasta de budín, ¿me entiendes?
— Creo que sí.
— Píntate la escena. El hombre del siglo diecinueve con sus cabellos, sus carretas, sus perros: movimiento lento. Luego, el siglo veinte: cámara rápida. Libros más cortos. Condensaciones. Digestos. Formato chico. La mordaza, la instantánea. Los clásicos reducidos a audiciones de radio de quince minutos. Reducidos otra vez a una columna impresa de dos minutos, resumidos luego en un diccionario en diez o doce líneas. Exagero, por supuesto. Los diccionarios eran obras de consulta. Pero muchos sólo conocían de Hamlet un resumen de una página en un libro que decía: "Ahora usted puede leer todos los clásicos. Lúzcase en sociedad." ¿Comprendes? Si no quieres que un hombre sea políticamente desgraciado, no lo preocupes mostrándole dos aspectos de una misma cuestión. Muéstrale uno. Que olvide que existe la guerra. (...) Que la gente intervenga en concursos donde haya que recordar las palabras de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de los Estados, o cuánto maíz cosechó Iowa el año último. Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices, pues los hechos de esa especie no cambian."



 Monólogo de Beatty, bombero, jefe de Montag en "Farenheit 451", de Ray Bradbury (p.53-60)

06 junio, 2012

19 mayo, 2011

Y tiemblo, lloro, suplico. Imploro. Mi cama se vuelve cárcel y mis pensamientos, pesadillas. Otra noche que [sobre]vivir. Preguntándome ante qué nueva sombra voy a dejarme caer. Cómo voy a sabotearme esta vez. Siempre lo mismo. Siempre. Una y otra vez. Pánico. Mortífero. Pánico. De nuevo. Pánico. Es el mismo, pero renovado. Más fuerte. Más grande. Cada vez más certero. Los años le (me) enseñaron dónde golpear.



Sí, hay noches en que ni tu risa puede salvarme del miedo.

[Y eso significa que ya toqué fondo]

23 junio, 2010

14 abril, 2010

Día 6485 en la Tierra (y seguimos contando).

Saber lo que tenés que hacer y saber que nunca lo harás. Detenerte por esa estúpida costumbre de pensar en no lastimar a los otros aunque te hagas mierda vos. Y desearlo. Desearlo con cada partícula de tu ser. Y seguir sabiendo que nunca lo harás. Y no es por miedo, no. Es porque SU felicidad, su tranquilidad es más grande, más fuerte, más importante que la tuya. Siempre fue así y siempre lo será. Estás atada, imposibilitada para ser feliz, para dejar ir todos tus fantasmas, para quitarte esa cruz que hace años que llevás. Y que toda esta mierda te pese, te duela, te lastime y te condicione. Y te dejás pisar, como siempre lo hiciste. Y dejás que el resto te culpe [o quizás vos te culpás y lo que ves en ojos ajenos no es más que el reflejo de los tuyos]. Y querer matarlo. Sí, matarlo. Desplegar tu sadismo e imaginar mil y un formas de hacerlo sufrir. Porque vos estás sufriendo. Y aquellos a los que más querés sufren también. Y él sigue ahí, impune, fresco. Y estás mal. Y no podés pensar, no podés leer, no podés escribir, no podés dormir. Y tenés miedo a la cama y a estar rodeada de silencio y oscuridad. Le temés a lo que la angustia pueda hacer con vos. Inventás mil y una estrategias para ganarle a los ataques de pánico y finalmente te quedás dormida sobre la almohada empapada, lista para otra noche de sueño liviano y contracturas. El infierno en vida. Parece que las ganas y el placer se mudaron muy lejos tuyo y que la angustia nunca termina. Y lo único en lo que pensás claramente es en lo mal que está todo y en las ganas que tenés de morirte, de irte y nunca más volver. Desaparecer. Querés morirte. Sí, es eso. Morirte. Porque ya no podés más. No querés cargar con esto. Porque cada instante se clava en el cuerpo con el frío del hielo, con la fuerza del viento. Con furia. Y sentir que podrías llorarte la vida, que no existe suficiente música para tapar tus sollozos ni suficiente esperanza para hacerte poner en pie. Estás cansada. No tenés ni fuerza para seguir fingiendo una sonrisa, porque hasta los labios te pesan ya. 

Y sentirte sola. Irrelevante. Insignificante. Olvidable. Reemplazable. Descartable. 

Perdiendo en esa guerra entre vos y tu conciencia que te dice lo que de todos modos ya sabés. Cansada de luchar por mantenerte cerca de la superficie. Estás harta de decir que estás bien, de simular que ya lo olvidaste. Destruida de tantas batallas con muchas penas y nada de gloria. [Todavía me pregunto cómo hiciste para no dejarte caer.] Olvidada. Abandonada. Exhausta de tanto correr tras los fantasmas ausentes, temblando de miedo y tragándote las lágrimas. Afónica de tanto gritar esperando que alguien se digne a darse cuenta de lo que pasa. Que alguien mire y recuerde que estás ahí. Que siempre estuviste. Pero nadie contesta. Nadie aparece, a nadie le importa. La historia de tu vida. Aparentemente jamás fuiste lo suficientemente importante como para merecer su atención o aunque sea una explicación. Sos tan poca cosa que ni un simple “¿Estás bien?” te merecés de parte de todos aquellos a los que alguna vez diste todo por ayudar. 

Quizás es hora de que lo aceptés y dediques el resto de tus días a contar las horas que te separan de la nueva vida que algún día empezarás lejos de todo y de todos.

27 marzo, 2010

Es curioso cómo la vida pasa, las cosas cambian y todo sigue igual.—

Dos mil nueve. Más de ochenta crisis de autoestima y un miedo descontrolado a fallar. Un año. Alrededor de cincuenta mensajes de texto suyos. Unas cinco tardes juntos que para él no significaron nada y para mí eran el mundo. Dos noches escuchándolo dormir a través de una pared. Un viaje del que infructuosamente me quisieron editar. 365 días. Veintiocho entradas en el blog. Una cuenta de facebook y cientas de horas de vicio. Tres sombreros, cuatro colores de pelo diferentes y un nuevo par de anteojos. Dos modelos y una mención de ONU. Doce meses. Diez períodos menstruales. Dos meses de peleas y una supuesta reconciliación que de todas formas no duró. Dos amigas menos [probablemente más, pero no me acuerdo ni me importa]. Tres esmaltes negros, uno rojo y uno fucsia. Dos salidas del closet. Muchas horas. Setenta películas. Tres proyecciones de “Milk” y un intento de seguir sus pasos. Un encuentro-debate y una bandera que va contra la estética del parque cívico. 56 encuestas. 52 semanas. Dos capítulos de The Tudors. Un amor sin puerto alguno, una guerra de histerias y quién sabe cuántos sueños recurrentes. 84 Cds pintados de plateado y 84 de negro. Millones de segundos. Tres amistades nuevas [y unas cuantas que crecieron]. Tres encuentros inesperados con el chico igual a Gonzalo. Dos dietas y casi cuatro kilos bajados y subidos en el medio. 222 cosas en la lista de 500 cosas sobre mí que nunca acabé. Una máquina de escribir, dos corbatas, una polaroid y un par de ray ban. El cadáver de un secreto que quedó guardado en el armario y una sonrisa tatuada sobre las lágrimas. Dos mil diez. Cuatro capítulos de mi novela listos y editados. Una semana en la playa con amigos para que pudiese disfrutar de todo aquello que ya se me estaba yendo. Dos sesiones con la psicóloga de DAMSU [y dos más con la de la escuela]. Cuatro amigos que ya no están [y dos que ya ni sé]. 308 mensajes de texto. Dos personas que de repente ya no me hablan. Tres meses. Una ecografía. Diecisiete pastillas anticonceptivas. Una lady-cartuchera. Aproximadamente veinte [casi] ataques de pánico y unas tres contemplaciones de suicidio. 86 días. Trece libros que esperan a ser leídos [y uno que hace meses que está a la mitad]. Un picnic por el mismo amor. Dos vestidos nuevos. Doce semanas. Un amor que no para de doler y un inicio de cuadro depresivo que no parece amainar. Cinco entradas y una amenaza en el blog. 2.064 horas [tal vez un poco más, acaso un par menos]. Una gothic, una noche en la alameda y una muy mala fiesta de disfraces. Doce bidones de Citric y unas quince botellitas de Paso de los Toros. Muchas peleas con mis viejos. Una responsabilidad civil ignorada y una culpa constante que no me deja vivir. Dos pruebas de italiano y una de inglés. Dos películas en 3D, dos clases de cine, un libro encargado en Yenny’s que no sé cuándo me dignaré a comprar y una nota a Dora. Unas ganas locas de irme a la mierda y un miedo enfermizo a fracasar. Seis, siete, ocho mareos. Diez tardes ocupadas solamente en dormir. Un ovario de menos de tres centímetros con un quiste de más de seis. Dos reinas de la Vendimia escrachadas y casi cuatro mil folletos repartidos. Una organización acabada y resucitada. Tres limados. Cien pesos en el buzo y todavía queda plata por pagar. Una necesidad loca y exacerbada de conseguir un trabajo. Dos películas de Campanella vistas y 31 capítulos de Cold Case grabados sin ver. Cinco días para pintar cuatro paredes. Dieciséis notas en el facebook y cuatro textos empezados y jamás terminados. Unas diez personas interesantes conocidas y unos veinte pelotudos a los que no quiero ver nunca más. Un imbécil al que me prometí que iba a matar y un par de ojos celestes casi grises a los que que me juré hablarle. 107 días para cumplir dieciocho y el sentimiento de que ya nada va a cambiar. Miles de lágrimas y este vacío adentro que ruega que alguien le diga que existe la vida después de este infierno.

05 octubre, 2009

Ese miedo al que no le cuesta entrar pero no quiere salir.

La calma se vuelve inexplicablemente sospechosa. 
Sabés que va a pasar. 
Lo sentís venir. 
Y así, casi repentinamente, llega. 
Respiración agitada. 
Latidos desbocados. 
Temblor. 
Escalofríos y un calor que te quiebra. 
Terror. 
Adrenalina. 
Querer correr. Huir. 
Ir muy lejos. 
Y este sentimiento que no llegás a explicar. 

Es saber que si lo intentás no va a servir y que si no lo hacés no vas a poder dormir. Y descubrir que querer no es poder. Y entender que no se puede, pero aún así seguir queriendo. Y seguir tratando a sabiendas de que es en vano; más por inercia que por perseverancia. Comprender que de entre tantas cosas elegiste la imposible y que viviste soñando algo que no va a pasar. Escuchar todas esas risas y voces que se burlan; creer que tienen razón. Pelear infructuosamente buscando la solución a un problema que nunca fue tal. Y rebelarse al llanto porque sería dejarse vencer. 

Y tener miedo. 
Mucho miedo. 

Justo vos, 
que siempre te jactaste de no temerle a nada.
 
Ataques de pánico después de serle indiferente a la soledad, el abandono, la oscuridad, el silencio, la muerte y otros monstruos. Enfrentarse al mayor de tus fantasmas; el más grande, el más temible. Eterno como la vida de un hombre que supo burlarlo. Casi indestructible, cual nube de niebla que se corta con hachazos de seguridad pero que a la primera oportunidad volverá a amontonarse sobre tu cabeza. Punzante como el sabor a angustia que deja en los rincones de algunos cuartos vacíos. Doloroso; tanto como las lágrimas que caen sobre las alfombras. Resonante como el sonido del cuerpo que impacta contra el piso, derribado por el flagelo del miedo, acosado por la certidumbre de la frustración. 
Y te deja de rodillas. 
Y lastima. 
Y asusta —ATERRORIZA—. 
Y amenaza. 
Y duele. 
Y se clava en la nuca como una lámpara maldita que no para de arder. 
Sí, 
arde. 
Y punza. 
Y no para. 

Es angustia. 
Es dolor. 
Es decepción. 
Es miedo. 
Es frustración. 

Es FRACASO.

26 agosto, 2009

AL LECTOR

La necedad, el yerro, el pecado, la roña
ocupan nuestras almas, nuestros cuerpos alteran,
y como los mendigos sus piojos,
así nutrimos nuestros blandos remordimientos.

Nuestro pecado es terco, nuestra contricción floja;
con creces nos hacemos pagar las confesiones,
y alegres regresamos al camino fangoso,
creyendo nuestras culpas lavar con viles llantos.

En la almohada del Mal Satán es Trigemisto
quien largamente acuna nuestro ser hechizado,
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntegro lo evapora ese sabio alquimista.

¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
Incluso en seres inmundos hallamos seducción;
y sin horror en medio de tinieblas hediondas,
cada diaria hacia el infierno descendemos un paso.

Tal como un mísero libertino que besa y mordisquea
los martirizados senos de una ramera vieja,
robamos de pasada algún placer clandestino
que a fondo, como una naranja seca, exprimimos.

Denso, hormigueante, así como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios hierve en nuestras cabezas,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el estupro, el veneno, el puñal y el incendio
de agradables dibujos no ornaron todavía
el trivial cañamazo de nuestra pobre suerte,
es, ay, porque nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre chacales y panteras, linces y monos,
escorpiones y buitres, y también serpientes,
los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores
de todos nuestros vicios en la leonera infame,

¡hay uno que es más feo, más inmundo, más malo!
Sin lanzar grandes gritos ni mostrar grandes gestos
convertiría a gusto la tierra en un despojo
y se tragaría al mundo con sólo bostezar;

¡Es el Tedio! — De llanto involuntario
llena la mirada, su pipa fuma y sueña patíbulos.
Tú conoces, Lector, al delicado monstruo,
hipócrita lector - mi igual —, ¡hermano mío!

Charles Baudelaire
Las flores del mal (1857)

20 julio, 2009

Confesiones de un corazón confundido.

Angélica nació hace ya diecisiete inviernos y unas cuantas lunas. Tiene ojos grandes, mirada triste y una sonrisa que parece agarrada con pinzas y que le sorprende que todos crean real. Lleva las uñas pintadas de negro, con el esmalte saltado y los bordes irregulares de tanto comérselas. Es por la ansiedad que no ha aprendido a controlar todavía. En su pelo se amontonan los distintos colores que el tiempo ha ido marchitando como sueños de otra vida que se marchan dejando sólo una franja muerta y desprovista de color. Se reconoce adicta al té y se ríe porque sabe que las casi siete tazas diarias están afectando su sistema nervioso. No sabe mucho de olvido o esperanza, pero conoce a fondo la indiferencia, el fracaso, la frustración, la tristeza y el rechazo. Ella no cree en Dios, en ángeles, en brujería, reencarnación o almas gemelas. No cree en la felicidad, el destino ni los finales felices. No le gustan los finales. Los odia. Tampoco cree en los “para siempre”. Piensa que cada vez que aparece un “para siempre” es para encubrir un “hasta nunca”. Tantas veces oyó lo mismo, tantos amigos vio desaparecer en las fauces de estas dos palabras. Porque ella admite que sólo le teme al fracaso y al olvido. Le aterran. Su simple insinuación la desequilibra. La trastorna. No hay nada más que pueda dejarla en vela noches enteras. Nada más que la aterrorice de esa manera. No existe otra cosa que la haga desfallecer y la deje sollozando de rodillas. Y los odia por eso. No le gusta caer, no le gusta rendirse ante la desesperación. Detesta sentirse débil. Y eso es precisamente lo que siente esas noches cuando cae al suelo con la cara entre las manos, creyéndose una tonta.

Angélica ama el arte. El cine, la música y la literatura son sus debilidades. Escucha The Rolling Stones y Pink Floyd; lee los libros de Stephen King y Agatha Christie [y los de Harry Potter, los cuales devora una y otra vez] y enloquece con Tim Burton en cualquiera de sus expresiones. Sueña con ser algún día la mitad de lo que él es. Quiere dirigir una película así como las suyas; oscura, compleja, con estilo, buena. Es probablemente su mayor ambición, sólo comprable con la ilusión que guarda de ver algún día publicados todos esos papeles sueltos donde garabatea sus sentimientos e inventa historias que le gustan más que la suya. Hace rato que Angélica decidió que lo que quiere y le gusta es el arte. Hizo un curso de danza y la escuela le obligó a abandonar. Pero se prometió que algún día va a volver. Es su materia pendiente, su sueño a realizar. 

Ella es catalogada de loca y rara. Y admite que lo es un poquito. Decididamente es distinta. Y se nota en la forma en que habla, se mueve, piensa o calla. En la manera en que apoya los ojos en la nada y se pierde. En su modo de sentir las cosas; crudo, descarnado, extremo. En la facilidad con la que rinde un examen sin haber tocado un libro del tema [y no porque sepa, sino porque no le importa]. En la rapidez y fluidez con la que puede sostener esas retorcidas ideas que tiene y esos ideales que defiende hasta que se le acaba la voz. En la capacidad que tiene para hacer suyas historias que no le pertenecen hasta terminar llorando con cada fantasía que experimenta. Porque ella no lee libros ni ve películas. Ella los vive. Los hace parte de sí y después le duele dejarlos ir. También se evidencia su desemejanza del resto cuando camina. Va lento, hablando consigo misma, mirándose los pies. Se detiene a observar cosas normales que ante sus ojos cobran nuevos matices. Hasta se viste diferente a los demás. Colores oscuros, maquillaje fuerte y muchos accesorios. La señalan en la calle por eso. Porque Angélica no nació en un lugar que le guste o en el que encaje. No. Ella viene de una ciudad chiquita que se hace pasar por más y a la que odia. Es originaria de una sociedad de montaña con todas las letras. Cerrada, conservadora. Una pequeña ciudad donde todos lucen parecido y piensan igual y lo distinto está mal visto.

Ella tiene amigos, pero ya no sabe cuáles son de verdad. Le mienten, la decepcionan, la olvidan, la abandonan, vuelven, la traicionan. La gente entra y sale y ella sigue igual. Sin inmutarse. Sin sentir nada. Sin llorar. Hace tiempo decidió que quería dejar de llorar. Que sería fuerte. Que no volvería a caer. Y lo consigue. O al menos la mayor parte del tiempo lo logra. Eso de ser fuerte no es una pose, no pretende que los demás lo crean. Ella admite que puede ser muy débil. Admite que a veces se esconde debajo de las frazadas de su cama, al borde del colapso. No desmiente que las películas le hacen llorar y que leyó pocos libros con los que no haya terminado sollozando. Lo acepta, pero no lo muestra. El resto lo sabe, pero no lo ve. Y si no se ve todavía existe la posibilidad de que no sea real. Y es precisamente eso lo que ella quiere. La duda. La incertidumbre. Porque todo en su vida es así. Real a medias. Sus amigos, sus anhelos, sus palabras, sus deseos, sus amores.

Angélica tiene un amor al que tacha de imposible. Mientras, lo sigue soñando. Ella quiere gritarle lo mucho que lo quiere, pero no se anima. Sabe que si lo hace él la rechaza y ella lo pierde. Lo mira día tras día. Hablan, se juntan, se ríen. Pero no busca más porque no lo hay. Entiende que hacerlo sería una pérdida de tiempo y un malgasto de suspiros. Comprende que así sólo lograría herir más su ya maltrecho corazón.

Ella vive a su modo, cuando puede. Cuando la dejan. Habla un poco a los gritos de cosas que se supone no debe hablar. Expone sus ideas sin preocuparse demasiado por las susceptibilidades ajenas. No opina de religión para no lastimar a los demás [Pero hay veces que le importa muy poco eso y se destraba. Y ahí hay que escucharla despotricar. Odio a la Iglesia Católica. La aborrece. La culpa de tantas cosas. Angélica se define como judía conversa y lo siente mucho más de lo que lo dice]. Si no va a la escuela duerme muchas horas del día y pasa las noches en vela. Le gusta mucho la noche. Se siente mejor en su soledad, su oscuridad, su silencio. No le asustan, porque sabe que ella puede combatirlos. Es más fuerte y más grande que el miedo.

Angélica sufre, miente, finge, sueña. Caza frases, recuerda gestos, inventa conversaciones, conserva imágenes, anexa canciones, confunde fechas, imagina futuros. Es una chica complicada. Un alma inestable. Una mente desequilibrada. Un corazón confundido.

22 abril, 2009



Vacaciones en El Bolsón; un pueblito perdido entre montañas boscosas en Río Negro. Un pueblito que en otra época fue sede de miles de hippies y que hoy conserva vestigios de eso. Un lugar con casa de madera y piedra, helados artesanales, ningún cine, dos o tres librerías y una gran atracción principal: una extensa feria de artesanos. Aquí mis ropas oscuras, mis zapatos altos, mi arreglo excesivo y mi maquillaje desentonan. No hay lugar en este pueblo para mis sueños urbanos y mis gustos modernos. Mi papá dice que soy una extranjera acá.


El lugar ha cambiado desde la última vez que vine y mucho más desde la anterior; pero la gente que lo visita sigue siendo, por regla general, la misma: jóvenes con rastas, pantalones a rayas, grandes mochilas, pelotas de malabares y pinta de pocos pesos en los bolsillos. Uno que otro con guitarra. Alguna con complicadas piezas de macramé al cuello. Otra con un morral colgado al hombro.

¿Te acordás de la primera vez que vinimos? —pregunta mi viejo, como si de verdad yo pudiese recordarlo.— Tenías seis meses y acababas de tener neumonía. Estábamos tan asustados… pero fuimos felices acá. Siempre fuimos felices acá.

Y sí, creo que tiene razón. Porque mientras cruzo las calles de este pueblo donde el taco de mis zapatos es el único que repiquetea entre la multitud, siento que hasta yo puedo ser feliz.
Madrugada del 21/01/09



08 febrero, 2009

60 cosas que la gente no sabe de mí (o tal vez sí)

1. Odio a los paracaidistas (léase el montón de idiotas que andan con remeras de Jack y no saben quién es Tim Burton; se dicen fans de Harry Potter/Crepúsculo y no han ni abierto los libros, etc.)

2. Me paso prácticamente todo mi tiempo libre escribiendo cosas que después casi nadie lee.

3. El mayor miedo de mi vida es no salir nunca de Mendoza.

4. Sueño, sueño y no paro de soñar. Todo el tiempo.

5. Parezco una chica feliz, pero casi el 50% del tiempo estoy fingiendo.

6. Quiero ser agente secreto (?), actriz, escritora o directora de cine. O vampiro.

7. Hubo momentos en los que Harry Potter fue lo único que me mantuvo con vida. Patético, pero real.

8. No me gusta el chocolate, pero amo el queso cremoso. (?)

9. Para mi 12º cumpleaños fui al Museo de la Pasión Boquense y me contuve de tragar pasto de la Bombonera porque mi hermana me dijo que los jugadores de River lo habían escupido.

10. Voy a poder morir feliz el día que me saque una foto entre las plataformas 9 y 10 de la estación de trenes de King's Cross.

11. Lloro mucho, lloro por todo. Igualmente, no lloro ni la mitad de veces que deseo hacerlo.

12. Casi todo el tiempo tengo ganas de agarrar todo lo que he escrito quemarlo, porque es una mierda. No sé porqué no lo he hecho todavía.

13. No hay lugar en el que desentone más que en El Bolsón y, paradojicamente, en pocos lugares me he sentido tan bien.

14. Creo que Willy Wonka es la única cosa no sexy que hizo Johnny Depp alguna vez.

15. Prefiero no hablar de religión para no herir suceptibilidades.

16. Tim Burton es el más grande realizador de cine que ha existido.

17. Los cines y las librerías de usados son mi lugar en el mundo.

18. Odio el Sol y el calor. Me gusta la noche, la lluvia y la oscuridad.

19. Cuando terminé de leer "Harry Potter y las reliquias de la muerte" eran las dos y media de la mañana y yo estaba mareada tras 12 horas frente a la computadora junto a una estufa. No paré de llorar hasta las cuatro y lloré tanto durante los días siguientes que mis papás consideraron llevarme a un psicólogo.

20. No quiero tener hijos nunca en la vida. Pero si los tengo les pondré Sirius, Cedric o Luna.

21. Me gusta cuando me cae cera de vela caliente en los dedos.

22. A veces tomo decisiones de mi vida basadas en sucesos de la serie de Harry Potter.

23. Adoro las motos (quiero tener una Vespa) y los escarabajos (como Herbie)

24. Peter Pettigrew es el peor personaje jamás inventado. Peor que Jacob o Voldemort. Aún peor que Bellatrix Lestrange. Peor incluso que Patrick.

25. Me siento muy identificada con la película "Confessions of a Teenage Drama Queen"

26. Si pudiera, no dormiría.

27. Mi futuro ideal incluye indefectiblemente un departamento en un sexto piso en Londres, una pantalla gigante y una Vespa. Tal vez un escarabajo, una máquina de escribir y unos zapatos de diseñador.

28. Podría vivir a base de ensalada de frutas/galletas de agua y té.

29. Siempre quise tener un apellido distinto, como Von Tiese, Birmajer o Van Helsing. (?)

30. Me encanta los vampiros. Pero no sólo las criaturas creadas por Stephenie Meyer, sino todos los vampiros.

31. Me encanta el Magisterio, aunque a veces me arrepienta de no haber entrado a Humanidades.

32. Lloré cuando caí en la cuenta de que Heath Ledger había muerto. Y pienso plantear una queja si no gana el Oscar póstumo.

33. No importa lo que nadie diga; la película "Sweeney Todd" me pareció genial.

34. Estoy enamorada del doctor House, de James Potter, Sirius Black, Vince Mellon, Jasper Hale, Emmett y Edward Cullen, Timothy Hogan y Paul Christopher.

35. Cuando era chica me encantaba ver un programa de unos gatos samurais que, al parecer, sólo la Dai conocía.

36. No creo en el destino (aunque sea yo) y menos desde que dice que el amor de mi vida es el Nico.

37. No me importa medir 1,55 m; aunque me queje.

38. Los chicos emo están riquísimos.

39. Odio High School Musical. Lo odio.

40. Fui a ver Piratas del Caribe 3 el día que se estrenó, no me importó que mis amigas fueran todas juntas otro día.

41. Me encanta caminar por la mitad de la calle.

42. Aunque viva negándolo, tal vez sí soy un poco emo.

43. No me molestaría empezar una nueva vida desde cero en algún otro lugar del mundo. Sólo extrañaría a unas cuantas personas.

44. Cuando estoy lejos de Mendoza sólo extraño a mis amigos, mi computadora y la Galería Caracol. En ese orden.

45. Cada año me quedo despierta hasta el final de la entrega de los Oscars y grito como loca cuando gana quien yo quiero. Durante los días anteriores a la ceremonia veo las películas nominadas.

46. Detesto la fiesta de la Vendimia.

47. Sólo hay tres cosas en Mendoza que me gustan: la Alameda, la Galería Caracol y la Ciudad Universitaria(?).

48. El olor a lavandina me recuerda al hospital y la peritonitis.

49. He leído tantas veces los libros de Harry Potter que me sé algunos pasajes de memoria. A veces uso frases de éstos en conversaciones cotidianos.

50. La televisión, los libros y las películas hacen que la vida parezca bastante menos divertida en comparación.

51. Me encantan los libros usados. Es como si tuviera historia.

52. El olor de los libros nuevos es espectacular. Y el de los libros usados también. Los libros en general huelen genial.

53. Aveces veo series viejas, como "Los duques de Hazzard" o "Mi bella genio".

54. Siempre llevo mis libros/cuadernos a todas partes. Aunque no haya posibilidades de usarlos.

55. En mi cartuchera suelen haber cosas inútiles como agujereadoras o abrochadoras que todo el mundo termina necesitando.

56. Leí el libro "Abzurdah" y pienso que es una máquina creadora de anas, mías y wannabes.

57. Pondría a Marley, Maradona y Tinelli en una fila y les pegaría un tiro que los atravesara a los tres. No malgastaría más balas.

58. Todavía extraño al séptima.

59. Solía tener un mejor amigo. Ahora no sé.

60. Tengo una facilidad para sentir cosas muy fuertes por personajes o cosas a las que nadie le da bola. Como Charlie o Garrett.

12 diciembre, 2008

Acostada en mi cama, con la mirada perdida y ningún pensamiento claro en mi mente; sin hacer nada. Sin siquiera buscar dibujos en las tablas de madera del techo, sin siquiera pensar en vos. Y la razón casi amenaza con rozarme, pero estoy protegida contra ella. Mis ojos rebosan de lágrimas que no serán derramadas y miles de gemidos jamás pronunciados se amontonan en mi garganta. En mi mente no dejan de arremolinarse pensamientos difusos que no logro descifrar.

No estás. Ese es un pensamiento claro y una verdad dolorosamente irrefutable. Pero en este momento siento que eso no importa ya. La soledad que ayer me carcomía ya no me toca; estoy protegida, ya lo dije.

Me protejo contra el dolor, la desesperación y la locura. Estoy vacía ahora. Soy sólo un envase que para volver a llenarse necesita una nueva razón de vivir… como vos lo fuiste. No espero tu regreso, no te quiero de vuelta. Lo que necesito es otra cosa, otro amor, otra obsesión, otra necesidad. Vos no sos el único motivo para respirar que existe. Sos el que yo encontré; pero hay otros. Tiene que haberlos. Millones de personas viven sin vos y yo voy a hacerlo también.

Y la busco en las canciones de amor y en los libros; la busco en las películas. No soy lo suficientemente fuerte para buscar esa razón en la realidad… ¿Qué digo? No soy lo suficientemente fuerte para despertar a la realidad, para pisarla, vivirla, respirarla, para percibirla aunque sea. Estoy protegida contra ella también.

Ahora soy una intrusa, saltando de ficción en ficción como si fueran sogas que, si bien no me ayudan a subir, me permiten mantenerme a una distancia prudencial del piso. Soy una lágrima en dolores ajenos, una sonrisa en alegrías que no me pertenecen, un corazón en amores de otros, un personaje más que el autor olvidó escribir.

Es sorprendente cómo es de fuerte el vacío. Yo ayer me desangraba por tu ausencia y lloraba mi necesidad de vos; mis ojos buscaban alguna figura amiga en las cercanías y mi mente inventaba absurdos argumentos para [sobre]vivir. Hoy ya no. Hoy sólo tengo una niebla profunda que rodea mis pensamientos, un mar de lágrimas por llorar, un cuerpo inmóvil sobre la cama y miles de sonrisas perdidas en algún lejano pasado. Apenas respiro lo suficiente para que este roto corazón mío siga latiendo.

Y así, hundida en el vacío, llenándome de él, espero que llegue el cansancio, que mis ojos se cierren y caer en un letargo sin sueños; donde la misma niebla sea dueña y señora. Un sopor tan vacío como mi vida misma, como el ambiente que me rodea, como la mirada de mis ojos, como las sonrisas que suelto para tranquilizar al resto.

Esto es enfermizo. Sé que algún día tendré que despertar y sé que ese día me sentiré morir; que la angustia y la desesperación serán mis compañeras, que las rodillas me temblarán y se me doblarán, sé que caeré muchas veces. Ese día no estaré más preparada que ahora para afrontar todo esto y el tiempo agigantará todos aquellos sentimientos que me carcomerán. El vacío minará mis fuerzas. No es racional entonces permanecer así, en este estado, pero yo ya dije que la razón no llega a rozarme. En mi inconsciencia dejé que este vacío me atrapara y ahora no estoy lo suficientemente consciente como para intentar escapar.


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Odio los vacíos porque estoy llena de ellos.

26 octubre, 2008

FALSA REALIDAD

Gente, pasando a mi lado, riendo, creyendo que están con alguien como ellos. Creyendo en mis sonrisas, creyendo en mis palabras. Ilusos, no se dan cuenta de lo lejos que estoy de ellos. Piensan que soy feliz, no notan que hace tiempo que no río de verdad, que si estoy activa o no paro de iniciar proyectos es porque estoy buscando razones para no morir, razones para querer seguir viviendo. No saben que me siento vacía, que no tengo fuerzas.


Gente, que me ve como quiero que me vean. Piensan que soy transparente; creen que lo saben todo de mí. Me río de ellos; que no se dan cuenta de que yo hago que piensen lo que yo quiero, que los hago caer en esta farsa que soy yo.


A veces me pregunto porqué miento, no lo sé. Sólo sé que lo hago demasiado bien.

13 octubre, 2008


Quiero que alguien me lleve donde las cosas no se sienten. Lejos, muy lejos de donde mis heridas se abrieron y mis lágrimas cayeron. Lejos de donde mi corazón se rompió, lejos de donde alguien me conozca.

09 agosto, 2008



La gente suele decir que estoy loca. En la escuela, son pocas las personas que me miran con buenos ojos, y casi ninguna va al mismo año que yo. Soy demasiado distinta a ellas como para que me acepten.

Aún así soy una persona muy sociable aunque un tanto selectiva y tal vez a esto se debe mi relativo aislamiento




Aunque a veces parece que tengo el autoestima muy alta, es sólo un disfraz. En realidad tengo muy poca confianza en mí y soy terriblemente sentimental. Cualquier crítica basta para hacerme creer que no valgo nada. Mis emociones parecen una montaña rusa, por lo cambiantes e intensas.

Sueño con cosas que son demasiado inalcanzables. Quiero ser actriz, quiero viajar por el mundo, vivir en Londres. Quiero conocer los castillos donde se filmó Harry Potter y quiero sacarme una foto entre las plataformas 9 y 10 de la estación de trenes de King Cross. Quiero ser conocida y quiero escribir para que el mundo lo lea. Sueño con abandonar Mendoza, con estar lo más lejos posible. Sueño con el chico perfecto, el amor ideal. Con ese que me va a sacar de acá y me va a hacer feliz.

También tengo miedo. Tengo miedo de nunca salir de este pueblo que se hace llamar ciudad, de tener que quedarme para siempre en esta sociedad que no tolera lo diferente. Temo no conocer Inglaterra, no ver nunca fuera de fotografías las colinas de Hollywood.

Sólo hay dos cosas que de verdad me calman siempre, mis dos pasiones: Harry Potter y el cine. Me hacen aún mejor que escribir, que es algo que me cuesta creer que se me da bien aunque todos me lo digan. Amo la música y me odio por no servir para ella. Otro sueño frustrado.



A veces hasta yo misma pienso que estoy loca. Soy soñadora, ingenua, idealista por momentos y pesimista la gran cantidad del tiempo. Soy una chica muy contradictoria. Me aterra la idea de la muerte, a la vez que me fascina. Mi música favorita es aquella que me pone triste.

A veces hasta yo me creo que soy muy segura de mí misma. Y tal vez lo soy. Porque hay días en los que me despierto y pienso que lo puedo todo. Después me levanto, me miro en el espejo y me veo hermosa. Llego al colegio y le resto importancia a todos los que me molestan. Y, al final del día, no sé si todo fue verdad o si sólo estuve soñando, si estuve viviendo en la piel de otra.

Tengo bastantes amigos de los buenos y unos cuantos de esos que están para pasar un buen rato y nada más. Está mi amiga de hace mucho, con la que me peleo todo el tiempo pero no es en serio, y están mis amigos del DAD, los que son de fierro y están siempre, aunque algunos se hagan los duros y los que ya me olvidaron. También están las amigas nuevas, que se están ganando un lugar. Y también están las ausentes, las que no sé si quiero seguir teniendo a mi lado o si estoy feliz de no verlas más.






Estoy loca, lo sé. Llevo dieciséis años escuchándolo. Hago cosas sin sentido, bailo por la calle, grito, me río a carcajadas, digo estupideces, abrazo a la gente. Y, después, lloro, me enojo con todos, no quiero ver a nadie, me supera la gente que se ríe descontroladamente.

No me gustan los deportes y no soy buena para ellos. Igual, siempre quise ser alta y atlética. En cambio, mido un metro cincuenta y me canso después de correr media cuadra.

No sé muy bien qué tipo de persona quiero ser. Soy muy mala con la gente que me cae mal pero después me arrepiento y me da pena. Cuando estoy sola extraño la compañía y quiero soledad cuando hay gente a mi alrededor. Tengo cambios abruptos de humor y de opinión, aunque suelo ser bastante consecuente con lo que digo.

Hablo todo el tiempo. El silencio entre dos personas es algo que me pone muy nerviosa. La gente me cataloga de insoportable y las profesoras me dicen que me calle hasta en alemán (literalmente). Me considero una persona confiable, aunque a veces se me escapa contar algo que no debería. En mi desesperada e incontrolable verborragia, suelo hacer comentarios que no debería y hablar demasiado alto.

Odio los errores de ortografía y gramaticales. Detesto cuando la gente habla mal. Soy consciente de que me sobra un poco de soberbia por momentos y que me hace mucha falta en otros. También sé que tengo una capacidad de concentración y retención únicas. Recuerdo conversaciones, pasajes de libros, mensajes, etc. con asombrosa precisión.



Tengo atisbos de chica normal. La televisión y la computadora son fundamentales en mi vida. Me gusta comprarme ropa y accesorios. Me maquillo mucho. Pero nada de esto lo hago como las demás. No uso chupines ni corrector de ojeras. Me gusta ser distinta y llamar la atención por ello. No me molesta que la gente me señale con el dedo porque me visto de negro y llevo el pelo con mechas rosadas.

Mi mundo está al revés. Me gusta dormir durante las mañanas y pasar las madrugadas en vela escribiendo, leyendo, viendo películas, pensando, sufriendo a veces… a mí me gusta así.

Así soy yo, aunque a veces me odio y daría todo por ser otra persona. Pero hay otras veces en las que me quiero inexplicablemente y no quiero cambiar. Puedo aceptar mis defectos con suma facilidad y con mayor facilidad acepto mis virtudes. Porque estoy loca… ¿Y qué?

19/07/08