04 octubre, 2012
31 enero, 2011
Confesión.

Las palabras que no encuentro ahora viven en tu boca; se fugaron de mis labios entre beso y beso, ansiosas por descansar entre los tuyos. Se quedan ahí, acurrucadas en tu lengua y se reencuentran con mi piel en esas noches robadas al tiempo. Y así, con las palabras tatuadas con saliva, no encuentro otra manera de expresarte todo esto que me quema por dentro que dejando que mi cuerpo se lo susurre al tuyo. Abandonar los sonidos a su suerte, reemplazarlos con caricias ardientes, desesperadas. Mezclar con tus sonrisas mis latidos desbocados. Decir de mil formas diferentes que te quiero, hoy más que nunca. Hablarte con las manos, con los ojos. Dejar que mi aliento entrecortado vague por tu dermis, besando cada uno de tus poros y contándoles de las ganas que tengo de tenerte.
Es que yo ya no tengo voz. Huyó de mí, desesperada por chocar contra tu cuerpo. No la culpo. Resulta bastante más interesante, mucho más divertido e infinitamente más placentero recorrer tu piel, enroscarse en tus brazos, pasear por tus caderas al borde de lo prohibido. Asomarse a esa otra realidad que proponen tus pupilas oscuras, colgarse de una de tus largas pestañas y dejarse caer otra vez sobre tus labios. Enredarse con tus piernas, perderse en el desenfrenado éxtasis de tu boca, tu respiración, tu olor, tu tacto. Prenderse de tu cuello, ahí donde tu aroma se concentra en la cantidad exacta para hacerme enloquecer.

Y quizás entre mis gemidos ahogados y el tacto imperioso y desbordado de mis manos en tu piel llegue el mensaje que mi cuerpo ansioso pretende hacerte entender. Tal vez pueda explicarte sin hablar todo esto que quiero decir cuando abro la boca y no me salen las letras, cuando mis labios sólo consiguen amoldarse a los tuyos. Acaso cuando la electricidad recorra tus miembros y la inconsciencia llene tu mente con estallidos de color, en ese momento escuchés por fin mi voz. Y quizás la frase perfecta, los sonidos justos estén también ahí, desperdigados por tu ser. Y tal vez en el último temblor, el último estremecimiento, las palabras, jadeantes, resuenen en tus poros. Quizás tus ojos puedan sentirlas, hasta puede que llegues a rozarlas con tus dedos. Acaso cada oración se escuche en tu cutis, acaso tus oídos muerdan el rumor de mis palabras y traguen el eco de mi voz, haciendo que recorra tu espina dorsal, rumbo a cada terminal nerviosa. Cuando tu cuerpo entero tiemble con el tañido de mis sentimientos mezclados con adrenalina y hormonas; en el instante en que tu espíritu choque contra la palpable realidad de que te quiero. En ese momento, quizás, si tengo suerte, puede que hasta sientas lo mismo.

23 enero, 2011

Touch-a,
touch-a,
touch me
I wanna be dirty
tengo el blog completamente abandonado. No es como si a alguien le interesase, pero prometo volver de vacaciones y volver a él.
18 diciembre, 2010
Creo que te inventé en mi mente.—
¿Dije que te necesito?¿Dije que te quiero?Si no lo hice ahora soy una tonta, verásnadie lo sabe mejor que yo.

12 septiembre, 2010
No quiero más Déjà vus.

15 julio, 2010

12 junio, 2010

07 junio, 2010
02 junio, 2010
22 mayo, 2010

11 mayo, 2010

El chico la quería; ciega y locamente. Y ella… bueno, nunca nadie supo bien qué sentía ella. Si les preguntabas, él aseguraba haberse enamorado del triste aire soñador que la envolvía. Ella, en cambio, decía que le gustaban sus ojos negros, grandes y la forma en que le brillaban cuando la miraba. La pasaban bien. Esa chica era su mundo. Él no era más que una mínima parte del de ella.
La chica había querido alguna vez. Se había entregado, se había regalado incondicionalmente. Así, irrevocable y perdidamente; un amor de película. De esos con mariposas, flores y rubores y sonrisas tímidas bajo las sábanas. Un amor de esos que erizan la piel, que se llevan al mundo por delante, empapados de arrolladora pasión. Sí, ella lo había dado todo y el resultado había sido devastador: el corazón roto y madrugadas enteras rogándole a la Luna entre sollozos que volviera el tiempo atrás.

Así la conoció él. Y así la quiso. Suave, triste, vulnerable. Fría, indiferente, silenciosa. El chico sabía en qué se metía y sabía que no tenía derecho a quejarse. Y la amó, como nunca lo había hecho con nadie. Aunque doliese, aunque lo lastimase, aunque costase, aunque tuviese que aprender a conformarse con los trozos disueltos en lágrimas de un pobre corazón demasiado débil como para volver a querer. Y se arriesgó.
Y la tuvo. Besó sus labios, sostuvo su mano, fue suya en cientos de noches. La hizo reír y se prometió que nunca la dejaría volver a llorar. Y fracasó. Ella nunca le dijo que por las noches la angustia le carcomía el pecho, jamás mencionó los frecuentes ataques de pá nico ni dejó entrever las marcas inequívocas de una noche en vela. Pero él lo sabía. La sentía revolverse de miedo, de tristeza, algunas noches a su lado, mientras pensaba que él ya dormía. La notaba ausente. No se dejaba ayudar y él tampoco podía hacer mucho más. Ella nunca olvidaría. Jamás dejaría ir ese pasado al que se aferraba desesperadamente. No pararía de soñar con su regreso.
Y así fue como, un día y de repente, todo terminó. Ante la mirada seca de la chica que nunca lo querría, él lloró diciéndole que ya no podía soportarlo más. Que nunca había funcionado y que no tenía sentido seguir fingiendo otra cosa. Respiró hondo y se secó las lágrimas antes de imprimir en su boca el último beso. Se prometió que no daría la vuelta y regresó a casa con los labios aún sabiéndole a ella. Sabía que era su hora de sufrir. Que no la olvidaría. Que siempre la querría.
Y esta noche entre sueños la Luna le susurrará al chico del cabello desordenado y los grandes ojos oscuros que aquella triste chica del corazón roto y los sueños imposibles sigue pensando en él.
Se miran. Saben que se quieren. Que se extrañan. Que se necesitan. Ninguno habla. Ninguno se mueve. Esperan. Uno frente al otro, registrando con la mirada todo lo que el tiempo hizo con sus cuerpos en los últimos casi tres meses. Un mechón de pelo más largo, un nuevo lunar, una coloración ligeramente distinta en la piel. Él lleva una camisa gris que no recuerda haberle sacado jamás y en su tobillo izquierdo ella exhibe una delicada cadena de plata. Están iguales, después de todo. Comiéndose con los ojos, sin atreverse a romper la última barrera. Ella sabe que es su turno. Que no va a ser él el que hable de sentimientos ni prometa cosas. No esta vez. Abre la boca. El corazón le palpita, rápido y con fuerza; no puede emitir sonido. Así que calla. Lo mira y él le devuelve la mirada impaciente, mirándola con esa angustia que se le ha clavado en los ojos. Con ganas de irse pronto, antes de sucumbir. Ella respira profundamente y se resigna. Habla rápido, mirando al suelo, casi en un murmullo.
— Te quiero.
Él le clava la vista y la mira con el ceño fruncido. Ella respira agitadamente, con el rostro cubierto por un suave rubor.
— ¿Qué?
— Que te quiero. Tal vez siempre lo hice. Sólo que no me di cuenta. O tal vez no; tal vez necesitaba perderte para empezar a hacerlo. —sonríe— Soy una idiota. Pero sí, te quiero.
Él no dice nada. Sólo le devuelve la sonrisa y se le acerca en silencio. La mira de arriba abajo, recordando las curvas que tantas veces se amoldaron a las suyas. Le apoya una mano en la cintura y, con la otra en su nuca, la besa.
Y ambos saben qué significa. No necesitan más palabras.

27 marzo, 2010
Es curioso cómo la vida pasa, las cosas cambian y todo sigue igual.—

12 marzo, 2010
Todo eso que queda sin palabras entre los dos.—

14 febrero, 2010
Sorry, darling. Hoy te dejo con las ganas.

07 enero, 2010
Y es que cuando estoy con vos nada más parece importar.—

Raptarte una noche de improviso y obligarte a olvidar el mundo tras la puerta cerrada con llave. Parar los relojes en el segundo exacto en que mis ojos se detienen, ardientes, en los tuyos; en un mutuo y silencioso acuerdo. Llenarme de ellos y de la manera en que me mirás, temeroso y expectante por dar el primer paso. Y sí, romper de una vez por todas las distancias. Romper con los esquemas, romper con las convenciones. Destruir esa espera que nos está quemando de a poco. Tomar revancha del aire que se interpone entre nosotros y no dejarle un espacio en el que colarse. Tocarte como nunca antes pude hacerlo. Desgastar tu cutis de tanto acariciarlo y volverlo a engrosar a base de besos. Pasear por esas zonas sensibles de tu piel, despertándote escalofríos y animándote a hacerle caso a tus instintos, a satisfacer tus más locos e impúdicos deseos.
Y que vos también me toques de mil maneras diferentes; con afán casi salvaje, con imperiosa urgencia, con apuro demandante, lascivo; incontenible. Hacerme agua entre tus manos para caer cual lluvia copiosa sobre cada recoveco de tu cuerpo. Imparable. Insaciable. Impaciente. Indomable. Inundándolo todo de ganas, de pasión, de deseo. Dejarte nadar en mí y hacerte naufragar ahí donde los sentidos se fusionan, donde mis piernas —y quizás también el mundo— se terminan. Ahí donde vos y yo nos hacemos uno.
Convertirme en protagonista de tus más perversas fantasías para después volverlas realidad. Convertirte a vos en mi droga personal, en mi vicio más arraigado. Encadenarme a tus labios para convertirme en esclava de tus besos. Anudarme a tus manos para ya no poder alejarme de tus caricias. Olvidarme de mi nombre de tanto gemir el tuyo. Arrancar de tu piel a mordiscos las huellas que amantes pasadas dejaron y marcarte con las mías propias. Llenarte de ellas y declararte a vos, tu cuerpo y tu alma de mi entera y exclusiva propiedad. Mío. Mías tus madrugadas, míos tus brazos. Mío el derecho a tocarte, mías las sílabas por las que clamas. Mío el tacto que te hace enloquecer, mías las gotas de sudor que surcan tu nuca en las noches de pasión.
Entregarte servidos en bandeja cada uno de mis latidos para que compongas con ellos una melodía sobre la que yo pueda plasmar en letras todo aquello que podríamos hacer los dos, robándote uno que otro rubor, de esos que se te dan poco pero maravillosamente bien. Y mirarte. Mirarte mucho. Y descubrir el momento exacto, preciso en que dejás de ser el chico bueno y educado que despierta sonrisas tontas y te convertís en esa inexplicable fuerza magnética que invita a la sinrazón. Y adorarte en ambas fases de forma distinta, ciega y descontroladamente. Quererte con o sin ropa. Quererte sin clichés, sin frases cursis, sin esperas, sin inhibiciones, sin distancias. Quererte con locura, con ardor, con entrega; con ganas de quedarme por siempre ahí en tu cama, hablando de nuestros sueños desquiciados entre beso y beso.

Y volver a caer en tus brazos, lista para otra dosis de tu sabor. Perderme entre tus piernas esperando nunca encontrar una salida. Sentir cómo tu lengua se cuela en esos lugares que nunca antes nadie tocó, haciéndome enloquecer lenta e irrevocablemente. Enredarme con tus sábanas, perdiendo el sentido del tiempo y el lugar mientras el vaivén de caderas corta una a una las ataduras que me ligan al mundo y adormece mis miembros. Ver el brillo pecaminoso de tus ojos en el instante justo en que el placer tense mis músculos y me obligue a morderme los labios para tragarme las ganas de gritar. Y llegar juntos a ese punto álgido de pasión que nos hace clamar por más. Rogarte que no pares, que quiero sentirte dentro. Hundiéndote tanto en mí que casi puedas rozarme el alma.
Dejarme hipnotizar por la cadencia lujuriosa de tu respiración agitada, salpicada aquí y allá con los fuertes y despreocupados acordes de tu risa. Deleitarme con el resonar rítmico de tu corazón, acostada en tu pecho mientras tus dedos vuelven a hacerme estremecer, grabando dibujos en mi piel. Sentir que ninguna cercanía le es suficiente al desesperado ansía de tenerte. Descubrir esa nueva fuerza que me nace bajo el estómago y me crea una sed casi enfermiza de vos. Que me hace querer irrumpir en tu ser sin pedir permiso, con fogosidad avasallante, rozando la violencia. Que puebla mi mente de imágenes que exigen ser materializadas en la realidad. Que ofusca mi razón y me invita a zambullirme en esa inconsciencia que sos vos así; en estado puro, al natural. Que me hace desearte. Y pegar mis labios a los tuyos con ansiedad rayana en la furia. Explorar tu boca con mi lengua en una libertina invitación al delirio.

Pasar horas bailando al ritmo desbocado e irrefrenable que nos impone la necesidad de fundirnos el uno en el otro; precipitándonos hacia el éxtasis, ahogándonos en el gozo ilimitado de sentirnos tan cerca. Tatuándonos mutuamente todo tipo de señales de nuestra mutua pertenencia.Y que el sol nos encuentre con el cabello alborotado y las mejillas encendidas, queriendo prolongar el momento indefinidamente. Agotados, felices. Empapados en esa esencia especial y particularmente excitante que impregna el ambiente cuando estamos juntos. Que la luz del alba ilumine los vestigios de nuestro encuentro, tiñéndolas de realidad. Los zapatos tirados por ahí, la ropa en el suelo, las sábanas que a duras penas cubren los cuerpos exhaustos, marcados de cientos de maneras distintas. Y saber que esto es lo que quiero, ahora y siempre. Vos y yo obedeciendo esos impulsos que se evidencian en el aire que envuelve nuestra proximidad. Vos y yo robándole tiempo a los días para estar juntos. Vos y yo alejándonos del mundo para adentrarnos en esa realidad más palpable que sólo nos pertenece a nosotros.
Vos y yo sumergidos en el deleite excesivo de dejar de ser dos.
01 diciembre, 2009
LOVE SUCKS.
26 septiembre, 2009
13 septiembre, 2009
Quiero escucharte hablar un idioma hecho de silencios.-

Vamos, decilo. SÍ, eso. Decime todo eso que se nota que tratás de expresar cuando me mirás a los ojos y ambos callamos a la espera de que el otro se anime. Sé que hay algo ahí. Más allá de los silencios y las miradas de reojo. Más allá de los suspiros y los deseos reprimidos. Animémonos y gritémoslo. Aturdámonos con palabras mudas formadas por los sonidos de nuestras caricias y las sílabas de los acelerados latidos de nuestros corazones. Contame todo con los ojos, que sé que lo voy a entender. Te responderé con un batir de pestañas y me acercaré a vos. No, no hables. Ya es tarde para palabras. Ya ambos lo sabemos. No importa si pasaste horas pensando en la mejor forma de decirlo. Ahora ya pasó el momento en que habría funcionado. Una vez me dijiste que nunca fuiste bueno con las palabras y que no sabes darte a entender. Dijiste que por eso te gusta hablar conmigo; que entiendo tus silencios e interpreté tus gestos. Ahora es nuestro oportunidad entonces. Pongamos en práctica ambas capacidades y entendámonos sin palabras. Hagámoslas inútiles. Tengamos silenciosas conversaciones usando solo el lenguaje de tus manos, mis sonrisas, nuestras miradas y el fluir de los minutos y las horas. Escapémonos de la rutina de la voz y reemplacémosla por los sonidos de las pestañas al cortar el aire, las manos al buscarse mutuamente y las respiraciones al agitarse. Dejemos en el pasado todas las horas de angustia ante la perspectiva de seguir callando, todas los intentos de hablar frustrados por el miedo, todas las veces que nos odiamos tras la decepción del silencio ajeno, cada una de las veces que intentamos (inútilmente, cabe aclarar) olvidarnos, esos días en que soñamos con dejar de querernos, esas lágrimas que vertimos a escondidas creyendo que nunca estaríamos juntos, ese recuerdo que nos lastimaba cada vez que volvía y aquella canción que sonaba mas fuerte en nuestras cabezas cuando nos veíamos obligados a separarnos otra vez con la frustración de seguir guardando aquel secreto que a viva voz gritaban nuestros cuerpos,
Contame eso que ambos sabemos, que lo quiero escuchar. Quiero escucharte decirlo todo sin sonido alguno.
08 junio, 2009
28 mayo, 2009
Dejando tu recuerdo enterrado entre papeles viejos.


Quiero caminar por el parque una tarde fría, con las manos en los bolsillos y el sentimiento de que quererte quedó atrás.
Quiero ver el anochecer desde la terraza del edificio más alto de la ciudad y sentir que el dolor se perdió entre las personas, los autos y las esquinas.
Quiero despertarme por la madrugada y tomarme una taza de té muy caliente, tanto que me queme cada atisbo tuyo que quede en alguna parte de mí.