{{"Ahi va uno de los prototipos de Dios. Un mutante ni siquiera reconocido por la producción en masa. Raro para vivir y escaso para morir."}}

18 diciembre, 2010

Creo que te inventé en mi mente.—

¿Dije que te necesito?
¿Dije que te quiero?

Si no lo hice ahora soy una tonta, verás
nadie lo sabe mejor que yo.

















{Soñé que me hechizabas en la cama. 
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.}


6meses :)

22 noviembre, 2010

El principio del fin.

Me llevó casi un mes encontrar una imagen que mereciese esta entrada. 
Y rompo un silencio de meses para decir que lloré de principio a fin.



Y eso que guardé lágrimas para julio del 2011

20 agosto, 2010







Y parece que al final no somos más que hipócritas, repetidores de historias y pobres idiotas que se dejan aplastar.—

15 julio, 2010

El MISMO amor, 
los MISMOS derechos
con los MISMOS nombres.
Iglesia, basura, vos sos la DICTADURA. 

Yo ya tengo una mamá y un papá. 
Ahora quiero UN PAIS MAS JUSTO.
[lalala y lo tengo]

Encima de todo, acá está nevando...
Y, encima, ahora tengo novio :)

09 julio, 2010

En tres días cumplo 18 :)

Y este año quisiera que me regalen unos cuantos gramos de confianza, para mezclarlos con el azúcar y echárselo a esa taza de té que apuro por las mañanas antes de salir corriendo a la escuela. Un pasaje sin regreso hacia el futuro, el conjuro exacto para olvidar el pasado, alguna píldora para dejar atrás los malos ratos. Un beso de esos que te sacuden el mundo y se quedan para siempre paseando por tu cuerpo, haciéndote cosquillas cuando ya perdiste todas las ganas de reír. Un te quiero que se me pegue a la piel y se adose en mi mente, para seguir escuchándolo el resto del día. Un baúl de esos viejos, gastados por el tiempo, donde guardar todos los miedos que me sobran y que ya me estoy cansando de cargar de un lado a otro. Una red, alguna trampa que sirva para atrapar los ataques de pánico, así puedo meterlos en un frasco y enterrarlos muy lejos, junto a todas las lágrimas que algún día derramé. Un cuaderno nuevo, de tapas duras forradas de tela negra y hojas cuadriculadas, en donde empezar a escribir una nueva historia. 

[Y si alguien tiene plata y ganas de desacatar a mis padres, no me vendría mal una moto]

30 junio, 2010

I really want you to really want me but I really don't know if you can do that.—

Admito que no me considero interesante ni inteligente ni divertida; mucho menos bonita. Sé que me falta confianza y que me sobran complejos y miedos, tantos que suelo preguntarme cómo hago para que entren en este metro y medio que soy yo. Comprendo que soy desordenada, ansiosa y quizás un poco demasiado sensible. Que soy inestable y apasionada, tal vez en extremo. Es que yo SOY extremos. Y si hoy lo quiero todo, puede que mañana ya no quiera nada. Cargo con un pasado que a veces me hace llorar y con un futuro que me aterroriza. Sueño más de lo conveniente y hay días en que me olvido de despertar. Tengo ataques de pánico por las noches y a veces hasta insomnio. Reconozco que tengo una inclinación a sentirme culpable, consecuencia de algunos días que me gustaría poder olvidar. Nunca tengo frío y en verano puede resultar molesto dormir conmigo. Quiero con locura, eso quizás te pueda espantar. Amo a los Stones y sueño despierta con Keith Richards. Sí, con Keith. Mick va después. Quiero ser directora de cine, viajar, conocer el mundo. Y a Tim Burton. No me gustan los días soleados, el chocolate, el rock nacional ni las hamburguesas de McDonalds; por más que lo intente. Sufro de más por sinsentidos y río sin parar por cosas que no son graciosas. No sé lidiar con situaciones emocionalmente comprometidas ni decir lo que siento. Me gusta caminar bajo la lluvia, las librerías de usados, los sombreros y los zapatos de colores. Amo las ciudades, el cine y las tazas de té humeantes. Poseo una fe desmedida en la Humanidad, por más que la odie, y creo firmemente que la destitución de la Iglesia Católica es el primer paso para la redención del mundo. Me digo judía y agnóstica porque me siento ambas cosas. Leo a Stephen King y Agatha Christie y odio a García Márquez y sus 100 años de soledad. No sería yo sin la influencia de Friends y no existo si no veo dibujos animados. Adoro a mis viejos, mi hermana y mis amigos; hasta las últimas consecuencias. Nunca supe elegir lo mejor para mí y me siento una fracasada la mayor parte del tiempo. He aprendido a ocultar lo lastimada o destruida que puedo estar. Soy consciente de que estoy enferma y necesito ayuda, pero nunca encuentro el momento para ocuparme de mí. Me sobre exijo hasta llorar porque me gusta sentirme ocupada. Por ahí que mi mamá tiene razón y soy adicta a la adrenalina. No creo en muchas convenciones sociales ni en los temas “tabú”. Odio que la gente busque que me comporte como una pudorosa señorita de principios del siglo XIX y me sonroje horrorizada ante la simple mención del sexo. Odio que se suponga que por ser chica no debo tener fantasías, deseo o placer sexual. Por sobre todas las cosas y a cualquier nivel, creo en la igualdad. Tengo una severa carencia afectiva producto de cientos de ausencias y continuos olvidos. Me da miedo que me quieran, porque temo que terminen por irse. El espacio y el cosmos me producen angustia y las galletas de coco me hacen feliz. Soy adicta a las galletas de agua, la ensalada de frutas y el jugo Citric. Y a las barritas Kinder —el único chocolate que no odio. Amo encerrarme en la semipenumbra de mi habitación con un CD de Pink Floyd y mi máquina de escribir. Aunque suene ñoño y no siempre lo admita del todo, me encanta mi colegio. Odio la cumbia y el regggeaton y me prometí no volver a pagar por bailarlos. Si te fijás bien podrías notar que, pese a mi aire nostálgico, lo que menos quiero es volver el tiempo atrás. He empezado a creer en el ahora. Creo en el amor y el compromiso como únicas fuerzas creadoras y sostenes del universo; como únicos lazos que nos unen al mundo. Dios, los ángeles, el Diablo, el Cielo y el Papa no me importan. Admito que no creo en la felicidad —aunque últimamente soy inusual e irreparablemente feliz—; que soy propensa al ridículo y que no paro de hablar en un tono que puede rozar la histeria. Sé que tengo pocas virtudes y casi ningún talento. Ni siquiera soy demasiado útil ni necesaria. Que no soy gran cosa. Pero, quizás esta vez, para variar, VOS podrías quererme. 

28 junio, 2010

Vos decís que no está bien ser gay,
bueno, yo pienso que simplemente sos malvado.
Sólo sos un racista que no puede atarme los cordones.
Tu punto de vista es medieval...
FUCK YOU, FUCK YOU VERY, VERY MUCH.


Feliz Día del ORGULLO GAY.
[y que sea el último que festejemos sin la ley.]

20 junio, 2010

El miedo sólo sirve para 
perderlo todo.
Manuel Belgrano.

[cuánta razón tenías, eh.]

12 junio, 2010

No preguntes qué fue de la chica que un día te sonrió bajo las nubes; se la llevó tu última mirada mientras le decías que debía aprender a olvidar.

02 junio, 2010

25 mayo, 2010

Hace doscientos años, un país llamado Argentina empezaba a nacer. [fue un parto largo, che]



No hay Revolución sin Revolucionarios — Los
 revolucionarios de todo el mundo somos hermanos.
José de San Martín. 

La Patria es la América
Simón Bolivar

Al penetrante grito de la patria, todos debemos ser uno.
José Artigas.

Si somos libres, todo nos sobra.
José de San Martín.

La vida es nada si la Libertad se pierde
Manuel Belgrano.

El pueblo no necesita sino dirección para hacer grandes cosas.
Mariano Moreno.

El fruto de mis tareas es muy pequeño para que pueda llenar la grandeza de mis deseos.
Mariano Moreno.

Mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella.
Manuel Belgrano

La causa de los pueblos no admite la menor demora.
Su libertad es lo mas sagrado para mí, con ella no ofendo ni temo.

José Artigas

22 mayo, 2010

Y cuando un día de estos ya no me encuentres, 
tal vez ahí te acuerdes de la chica triste que te miraba esperando algo más que sólo migajas de tu amor. 
Ella ya se fue, 
se atrevió a volar.—

11 mayo, 2010

El chico la quería; ciega y locamente. Y ella… bueno, nunca nadie supo bien qué sentía ella. Si les preguntabas, él aseguraba haberse enamorado del triste aire soñador que la envolvía. Ella, en cambio, decía que le gustaban sus ojos negros, grandes y la forma en que le brillaban cuando la miraba. La pasaban bien. Esa chica era su mundo. Él no era más que una mínima parte del de ella. 

La chica había querido alguna vez. Se había entregado, se había regalado incondicionalmente. Así, irrevocable y perdidamente; un amor de película. De esos con mariposas, flores y rubores y sonrisas tímidas bajo las sábanas. Un amor de esos que erizan la piel, que se llevan al mundo por delante, empapados de arrolladora pasión. Sí, ella lo había dado todo y el resultado había sido devastador: el corazón roto y madrugadas enteras rogándole a la Luna entre sollozos que volviera el tiempo atrás.


Así la conoció él. Y así la quiso. Suave, triste, vulnerable. Fría, indiferente, silenciosa. El chico sabía en qué se metía y sabía que no tenía derecho a quejarse. Y la amó, como nunca lo había hecho con nadie. Aunque doliese, aunque lo lastimase, aunque costase, aunque tuviese que aprender a conformarse con los trozos disueltos en lágrimas de un pobre corazón demasiado débil como para volver a querer. Y se arriesgó. 

Y la tuvo. Besó sus labios, sostuvo su mano, fue suya en cientos de noches. La hizo reír y se prometió que nunca la dejaría volver a llorar. Y fracasó. Ella nunca le dijo que por las noches la angustia le carcomía el pecho, jamás mencionó los frecuentes ataques de pá nico ni dejó entrever las marcas inequívocas de una noche en vela. Pero él lo sabía. La sentía revolverse de miedo, de tristeza, algunas noches a su lado, mientras pensaba que él ya dormía. La notaba ausente. No se dejaba ayudar y él tampoco podía hacer mucho más. Ella nunca olvidaría. Jamás dejaría ir ese pasado al que se aferraba desesperadamente. No pararía de soñar con su regreso.

Y así fue como, un día y de repente, todo terminó. Ante la mirada seca de la chica que nunca lo querría, él lloró diciéndole que ya no podía soportarlo más. Que nunca había funcionado y que no tenía sentido seguir fingiendo otra cosa. Respiró hondo y se secó las lágrimas antes de imprimir en su boca el último beso. Se prometió que no daría la vuelta y regresó a casa con los labios aún sabiéndole a ella. Sabía que era su hora de sufrir. Que no la olvidaría. Que siempre la querría. 




Y esta noche entre sueños la Luna le susurrará al chico del cabello desordenado y los grandes ojos oscuros que aquella triste chica del corazón roto y los sueños imposibles sigue pensando en él.



Se miran. Saben que se quieren. Que se extrañan. Que se necesitan. Ninguno habla. Ninguno se mueve. Esperan. Uno frente al otro, registrando con la mirada todo lo que el tiempo hizo con sus cuerpos en los últimos casi tres meses. Un mechón de pelo más largo, un nuevo lunar, una coloración ligeramente distinta en la piel. Él lleva una camisa gris que no recuerda haberle sacado jamás y en su tobillo izquierdo ella exhibe una delicada cadena de plata. Están iguales, después de todo. Comiéndose con los ojos, sin atreverse a romper la última barrera. Ella sabe que es su turno. Que no va a ser él el que hable de sentimientos ni prometa cosas. No esta vez. Abre la boca. El corazón le palpita, rápido y con fuerza; no puede emitir sonido. Así que calla. Lo mira y él le devuelve la mirada impaciente, mirándola con esa angustia que se le ha clavado en los ojos. Con ganas de irse pronto, antes de sucumbir. Ella respira profundamente y se resigna. Habla rápido, mirando al suelo, casi en un murmullo.

— Te quiero.

Él le clava la vista y la mira con el ceño fruncido. Ella respira agitadamente, con el rostro cubierto por un suave rubor.

¿Qué?

Que te quiero. Tal vez siempre lo hice. Sólo que no me di cuenta. O tal vez no; tal vez necesitaba perderte para empezar a hacerlo. —sonríe— Soy una idiota. Pero sí, te quiero.

Él no dice nada. Sólo le devuelve la sonrisa y se le acerca en silencio. La mira de arriba abajo, recordando las curvas que tantas veces se amoldaron a las suyas. Le apoya una mano en la cintura y, con la otra en su nuca, la besa.

Y ambos saben qué significa. No necesitan más palabras.

14 abril, 2010

Día 6485 en la Tierra (y seguimos contando).

Saber lo que tenés que hacer y saber que nunca lo harás. Detenerte por esa estúpida costumbre de pensar en no lastimar a los otros aunque te hagas mierda vos. Y desearlo. Desearlo con cada partícula de tu ser. Y seguir sabiendo que nunca lo harás. Y no es por miedo, no. Es porque SU felicidad, su tranquilidad es más grande, más fuerte, más importante que la tuya. Siempre fue así y siempre lo será. Estás atada, imposibilitada para ser feliz, para dejar ir todos tus fantasmas, para quitarte esa cruz que hace años que llevás. Y que toda esta mierda te pese, te duela, te lastime y te condicione. Y te dejás pisar, como siempre lo hiciste. Y dejás que el resto te culpe [o quizás vos te culpás y lo que ves en ojos ajenos no es más que el reflejo de los tuyos]. Y querer matarlo. Sí, matarlo. Desplegar tu sadismo e imaginar mil y un formas de hacerlo sufrir. Porque vos estás sufriendo. Y aquellos a los que más querés sufren también. Y él sigue ahí, impune, fresco. Y estás mal. Y no podés pensar, no podés leer, no podés escribir, no podés dormir. Y tenés miedo a la cama y a estar rodeada de silencio y oscuridad. Le temés a lo que la angustia pueda hacer con vos. Inventás mil y una estrategias para ganarle a los ataques de pánico y finalmente te quedás dormida sobre la almohada empapada, lista para otra noche de sueño liviano y contracturas. El infierno en vida. Parece que las ganas y el placer se mudaron muy lejos tuyo y que la angustia nunca termina. Y lo único en lo que pensás claramente es en lo mal que está todo y en las ganas que tenés de morirte, de irte y nunca más volver. Desaparecer. Querés morirte. Sí, es eso. Morirte. Porque ya no podés más. No querés cargar con esto. Porque cada instante se clava en el cuerpo con el frío del hielo, con la fuerza del viento. Con furia. Y sentir que podrías llorarte la vida, que no existe suficiente música para tapar tus sollozos ni suficiente esperanza para hacerte poner en pie. Estás cansada. No tenés ni fuerza para seguir fingiendo una sonrisa, porque hasta los labios te pesan ya. 

Y sentirte sola. Irrelevante. Insignificante. Olvidable. Reemplazable. Descartable. 

Perdiendo en esa guerra entre vos y tu conciencia que te dice lo que de todos modos ya sabés. Cansada de luchar por mantenerte cerca de la superficie. Estás harta de decir que estás bien, de simular que ya lo olvidaste. Destruida de tantas batallas con muchas penas y nada de gloria. [Todavía me pregunto cómo hiciste para no dejarte caer.] Olvidada. Abandonada. Exhausta de tanto correr tras los fantasmas ausentes, temblando de miedo y tragándote las lágrimas. Afónica de tanto gritar esperando que alguien se digne a darse cuenta de lo que pasa. Que alguien mire y recuerde que estás ahí. Que siempre estuviste. Pero nadie contesta. Nadie aparece, a nadie le importa. La historia de tu vida. Aparentemente jamás fuiste lo suficientemente importante como para merecer su atención o aunque sea una explicación. Sos tan poca cosa que ni un simple “¿Estás bien?” te merecés de parte de todos aquellos a los que alguna vez diste todo por ayudar. 

Quizás es hora de que lo aceptés y dediques el resto de tus días a contar las horas que te separan de la nueva vida que algún día empezarás lejos de todo y de todos.

27 marzo, 2010

Es curioso cómo la vida pasa, las cosas cambian y todo sigue igual.—

Dos mil nueve. Más de ochenta crisis de autoestima y un miedo descontrolado a fallar. Un año. Alrededor de cincuenta mensajes de texto suyos. Unas cinco tardes juntos que para él no significaron nada y para mí eran el mundo. Dos noches escuchándolo dormir a través de una pared. Un viaje del que infructuosamente me quisieron editar. 365 días. Veintiocho entradas en el blog. Una cuenta de facebook y cientas de horas de vicio. Tres sombreros, cuatro colores de pelo diferentes y un nuevo par de anteojos. Dos modelos y una mención de ONU. Doce meses. Diez períodos menstruales. Dos meses de peleas y una supuesta reconciliación que de todas formas no duró. Dos amigas menos [probablemente más, pero no me acuerdo ni me importa]. Tres esmaltes negros, uno rojo y uno fucsia. Dos salidas del closet. Muchas horas. Setenta películas. Tres proyecciones de “Milk” y un intento de seguir sus pasos. Un encuentro-debate y una bandera que va contra la estética del parque cívico. 56 encuestas. 52 semanas. Dos capítulos de The Tudors. Un amor sin puerto alguno, una guerra de histerias y quién sabe cuántos sueños recurrentes. 84 Cds pintados de plateado y 84 de negro. Millones de segundos. Tres amistades nuevas [y unas cuantas que crecieron]. Tres encuentros inesperados con el chico igual a Gonzalo. Dos dietas y casi cuatro kilos bajados y subidos en el medio. 222 cosas en la lista de 500 cosas sobre mí que nunca acabé. Una máquina de escribir, dos corbatas, una polaroid y un par de ray ban. El cadáver de un secreto que quedó guardado en el armario y una sonrisa tatuada sobre las lágrimas. Dos mil diez. Cuatro capítulos de mi novela listos y editados. Una semana en la playa con amigos para que pudiese disfrutar de todo aquello que ya se me estaba yendo. Dos sesiones con la psicóloga de DAMSU [y dos más con la de la escuela]. Cuatro amigos que ya no están [y dos que ya ni sé]. 308 mensajes de texto. Dos personas que de repente ya no me hablan. Tres meses. Una ecografía. Diecisiete pastillas anticonceptivas. Una lady-cartuchera. Aproximadamente veinte [casi] ataques de pánico y unas tres contemplaciones de suicidio. 86 días. Trece libros que esperan a ser leídos [y uno que hace meses que está a la mitad]. Un picnic por el mismo amor. Dos vestidos nuevos. Doce semanas. Un amor que no para de doler y un inicio de cuadro depresivo que no parece amainar. Cinco entradas y una amenaza en el blog. 2.064 horas [tal vez un poco más, acaso un par menos]. Una gothic, una noche en la alameda y una muy mala fiesta de disfraces. Doce bidones de Citric y unas quince botellitas de Paso de los Toros. Muchas peleas con mis viejos. Una responsabilidad civil ignorada y una culpa constante que no me deja vivir. Dos pruebas de italiano y una de inglés. Dos películas en 3D, dos clases de cine, un libro encargado en Yenny’s que no sé cuándo me dignaré a comprar y una nota a Dora. Unas ganas locas de irme a la mierda y un miedo enfermizo a fracasar. Seis, siete, ocho mareos. Diez tardes ocupadas solamente en dormir. Un ovario de menos de tres centímetros con un quiste de más de seis. Dos reinas de la Vendimia escrachadas y casi cuatro mil folletos repartidos. Una organización acabada y resucitada. Tres limados. Cien pesos en el buzo y todavía queda plata por pagar. Una necesidad loca y exacerbada de conseguir un trabajo. Dos películas de Campanella vistas y 31 capítulos de Cold Case grabados sin ver. Cinco días para pintar cuatro paredes. Dieciséis notas en el facebook y cuatro textos empezados y jamás terminados. Unas diez personas interesantes conocidas y unos veinte pelotudos a los que no quiero ver nunca más. Un imbécil al que me prometí que iba a matar y un par de ojos celestes casi grises a los que que me juré hablarle. 107 días para cumplir dieciocho y el sentimiento de que ya nada va a cambiar. Miles de lágrimas y este vacío adentro que ruega que alguien le diga que existe la vida después de este infierno.

12 marzo, 2010

Todo eso que queda sin palabras entre los dos.—

¿Será cosa mía o es verdad que tus ojos se chocan con mis ojosalgo queda sin decir?
[Ya estoy harta de tu histeria compitiendo con la mía para ver quién gana en esta guerra declarada entre mi orgullo herido y tus pocas ganas de crecer.]

23 febrero, 2010

14 febrero, 2010

Sorry, darling. Hoy te dejo con las ganas.

Hoy es un buen día para llorarte. 
[y cómo te gustaría verlo]
Pero no.
Hoy ya no tengo ganas de pensar en vos.


MEJOR, me voy de Picnic