{{"Ahi va uno de los prototipos de Dios. Un mutante ni siquiera reconocido por la producción en masa. Raro para vivir y escaso para morir."}}

26 agosto, 2009

AL LECTOR

La necedad, el yerro, el pecado, la roña
ocupan nuestras almas, nuestros cuerpos alteran,
y como los mendigos sus piojos,
así nutrimos nuestros blandos remordimientos.

Nuestro pecado es terco, nuestra contricción floja;
con creces nos hacemos pagar las confesiones,
y alegres regresamos al camino fangoso,
creyendo nuestras culpas lavar con viles llantos.

En la almohada del Mal Satán es Trigemisto
quien largamente acuna nuestro ser hechizado,
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntegro lo evapora ese sabio alquimista.

¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
Incluso en seres inmundos hallamos seducción;
y sin horror en medio de tinieblas hediondas,
cada diaria hacia el infierno descendemos un paso.

Tal como un mísero libertino que besa y mordisquea
los martirizados senos de una ramera vieja,
robamos de pasada algún placer clandestino
que a fondo, como una naranja seca, exprimimos.

Denso, hormigueante, así como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios hierve en nuestras cabezas,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el estupro, el veneno, el puñal y el incendio
de agradables dibujos no ornaron todavía
el trivial cañamazo de nuestra pobre suerte,
es, ay, porque nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre chacales y panteras, linces y monos,
escorpiones y buitres, y también serpientes,
los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores
de todos nuestros vicios en la leonera infame,

¡hay uno que es más feo, más inmundo, más malo!
Sin lanzar grandes gritos ni mostrar grandes gestos
convertiría a gusto la tierra en un despojo
y se tragaría al mundo con sólo bostezar;

¡Es el Tedio! — De llanto involuntario
llena la mirada, su pipa fuma y sueña patíbulos.
Tú conoces, Lector, al delicado monstruo,
hipócrita lector - mi igual —, ¡hermano mío!

Charles Baudelaire
Las flores del mal (1857)

04 agosto, 2009

Cansada de simular que no quiero fundirme con [en]vos.

Vení, acercate, que voy a decirte al oído todas esas cosas que mi cuerpo te grita y que me da pudor decir en voz alta. Voy a darle palabras a todo eso que ya sabés porque vos lo estás provocando. Voy a pedirte que le hagamos caso a nuestros instintos y ya no nos detengamos. Quiero que me toques como hace tiempo no lo hacés; de esa manera lasciva, impúdica, desvergonzada. Que me toques y se me agite la respiración, se despierten todas mis terminaciones nerviosas y se me nuble la mente (quiero olvidarme de quiénes somos). Quiero que nos comamos a besos en la cama de un hotel barato e impersonal. Quiero que cada milímetro de mi piel conozca tus labios. Mordamos, chupemos, acariciemos, toquemos, gimamos, gritemos. Quiero que mi cuerpo choque contra el tuyo y me lleves más allá de lo que pueda imaginar. Te deseo. Deseo tus manos, tus labios, tu lengua. Recorré con ellos mis piernas y detenete en esos lugares que sabés que me ponen la piel de gallina. Arrastrémonos juntos por las sábanas de segunda mano e impregnémoslas con nuestro sudor, nuestro aliento y nuestras palabras. Dejemos que vaguen nuestras manos en ese terreno desconocido que es el cutis del otro. Abandonemos el mundo por unas horas y encerrémonos a vivir entre cuatro paredes de pintura descascarada lo que nuestros ojos se ruegan con ardientes miradas. Animemonos a quitarnos con la ropa todas las precauciones, los miedos y las apariencias. Enloquezcamos de pasión una tarde nevada y convirtamos el cuarto en una siesta soleada. Palpemos el deseo entre los dos y démosle rienda suelta a la imaginación. Dejemos que nuestros cuerpos se entiendan sin palabras, porque nuestras bocas están ocupadas y de todas formas ya no tenemos aliento ni voz para pronunciarlas. Ahoguémonos en la locura desenfrenada del momento (quiero naufragar en vos). Derritamos esa pared que se erige entre ambos y toquémonos. Deshagámonos una y otra vez a base de caricias.

Quiero recostarme a tu lado y charlar de lo raro que es todo esto. Hablar de banalidades sin mencionar el futuro ni los sentimientos. Vestirme mientras me comés con los ojos y no terminar de hacerlo antes de estar de nuevo junto a vos. Alborotarte el pelo y volver a mi casa todavía con tu olor entre la ropa y una que otra marca de tus labios en la piel. Mentirle a todos cuando me pregunten dónde estuve y con quién. Callar el secreto que se hace palpable entre los dos cuando chocamos las miradas y sonreímos con las mejillas apenas encendidas. Regresar a mi vida normal; soñando con otro y sin que tu esencia se cuele entre mis pensamientos. Quiero abandonar ese hotel de tercera y dejar ahí nuestra historia. Dejarla escondida en un cuarto de número desconocido y sin llevarme nada que pueda recordarme a ese momento que nunca debió pasar pero que gracias a Dios pasó. Quiero sólo una vez. Probarte para no desearte más. Saciarme de vos para ya no tentarme con ese magnetismo que tenés sobre mí. Hastiarme de tu sabor, tu voz y tu roce para ya no anhelarte nunca más.