{{"Ahi va uno de los prototipos de Dios. Un mutante ni siquiera reconocido por la producción en masa. Raro para vivir y escaso para morir."}}

19 marzo, 2009

La chica sentada en el suelo, apoyada en la pared, llora. No desahoga sus penas de amor porque nunca estuvo enamorada. Los recuerdos no la mantienen en vela porque no tiene buenos momentos que recordar. Sus lágrimas no son producto de injusticias porque ni eso ha querido darle la vida. Llora porque no tiene fuerzas, porque su mundo va demasiado rápido como para alcanzar a comprenderlo. Llora porque tiene miedo. Le asusta la soledad, el estancamiento, el FRACASO. Y eso es lo que ve en su futuro: miles de deseos jamas concretados, continuos anhelos jamás alcanzados. Ella es frágil, es débil, es inconsistente, casi irreal. Como el material del que está hecha y que la sostiene. Porque su cuerpo se apoya en sueños; su alma empieza y termina en fantasías; su cabeza está sumergida en imaginaciones inconscientes.

Pero ella conoce la verdad. Y por eso llora. Sabe que su cuerpo es sano, fuerte, joven. Sabe que vivirá muchos años más; los suficientes, al menos, para verse fracasada, frustrada, DERROTADA. Sabe que nunca logrará sus sueños y sabe que las fantasías nunca le serán suficientes. Entiende que no nació en el lugar, el tiempo o las circunstancias correctas. Y no cree en las segundas oportunidades. No para ella. No cree en la suerte, en el destino, en la felicidad. Le cuesta incluso creer que exista el amor.

Su cuarto está vacío y la puerta, cerrada. Detrás hay un mundo: padres, hermanos, familiares, amigos. Conocidos sin conocer y desconocidos a los que jamás hablará. El resto. Y hay lugares, los malditos lugares que cada vez parecen más lejanos. Londres. París. Venecia. Nueva York. San Francisco. Atenas. Moscú. Los Ángeles. Tantas locaciones que jamás pisará. Más deseos inconcretos.

La chica llora en silencio. Ahoga miles de sollozos y gemidos que pugnan por salir y mueren frustrados (como ella) en la garganta. No quiere que el mundo conozca su dolor, porque es SUYO. Y los demás no lo entenderían. Los demás jamás sabrán que le duele cada respiro; que cada noche antes de dormirse, cuando las ensoñaciones eternas ya llenaron su cuerpo de angustias, ella quiere no despertarse a la siguiente mañana. No dejará que lo sepan, no se verá derrotada por su propia desesperación. Porque, aunque no lo sea, debe mostrarse fuerte. Aunque por dentro cada día su mundo se derrumbe más, ella tiene que fingir; como hizo siempre. Y como hará el resto de su vida, probablemente.

Se para y respira hondo. No quiere seguir llorando, pero vuelve a perder y vuelve a caer. Se desploma sobre la cama y finalmente, cae rendida (como siempre) sobre el cementerio de sueños, lágrimas y gritos que ha instalado en su almohada.